Keven Rodríguez

Nacionales | 26/06/2025


El silencio ante el colapso del Metro de Santo Domingo

En un país donde los ciudadanos a diario enfrentan desafíos para movilizarse con dignidad, resulta alarmante la falta de acciones contundentes frente al deterioro progresivo del Metro de Santo Domingo. Un sistema que en su momento representó una promesa de modernidad y avance para el transporte colectivo, hoy parece sumido en el abandono, la improvisación y una administración deficiente que pone en riesgo la vida de miles de dominicanos.

El reciente desplome parcial de una estructura relacionada al sistema del metro —sea en infraestructura física, fallas operativas o parálisis técnicas— no puede ser visto como un simple error aislado. Se trata de un síntoma claro de una enfermedad institucional más profunda: la falta de gerencia efectiva, de mantenimiento preventivo y de rendición de cuentas en uno de los proyectos más costosos y ambiciosos del país.

Lo más preocupante no es solo la falla, sino el silencio. No hemos visto al Gobierno asumir con la urgencia que amerita este tema; no hemos escuchado propuestas claras de solución; no se han anunciado sanciones, auditorías o medidas de emergencia. ¿Quién responde por el caos diario que viven los usuarios del metro? ¿Dónde están los responsables de garantizar la seguridad y eficiencia del sistema?

Además del mal servicio, la gente denuncia estaciones sucias, retrasos injustificados, falta de personal capacitado, y hasta fallas eléctricas que provocan que los vagones se detengan por minutos interminables entre estaciones, sin ventilación ni comunicación con los pasajeros. Y lo peor es que, en lugar de respuestas, lo que recibimos son excusas técnicas, discursos evasivos o promesas de “modernización” que no llegan.

¿Hasta cuándo vamos a seguir normalizando el colapso? ¿Vamos a esperar una tragedia mayor para actuar? El Metro fue concebido como una solución, no como otro problema.

El pueblo dominicano merece respeto. Merece servicios públicos que funcionen. Merece instituciones que respondan y servidores públicos que rindan cuentas. Y si no se da una respuesta a la altura de esta crisis, se corre el riesgo de que la desconfianza ciudadana continúe creciendo, al igual que la indignación colectiva.

Es hora de que el Metro de Santo Domingo vuelva a ser motivo de orgullo, no de preocupación.

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